Visualizzazione post con etichetta Di Stéfano. Mostra tutti i post
Visualizzazione post con etichetta Di Stéfano. Mostra tutti i post

Alfredo Di Stéfano

"Messi è il mio giocatore preferito, e può diventare migliore di me, Diego, Pelè e Cruyff"


Alfredo Di Stéfano Laulhé (Barracas, Buenos Aires, 4 luglio 1926 – Madrid, 7 luglio 2014) | Empireo
Wikipedia: italiano - francese [migliore] | Profili: Beccantini - Glanville - Mura - Sconcerti - "Storie di calcio - "Gazzetta" | Interviste: RAI (Minà) - "Guardian" - "So Foot" | Vita in video

Il più completo dei giocatori

"Pelé è stato il più famoso ma non il più completo dei calciatori. A mio parere è stato più forte Alfredo Di Stefano, capace di assolvere compiti superiori alle possibilità fisico-intellettive di Pelé"
Gianni Brera



Lo stile di gioco di Alfredo Di Stefano: quadri di un'esposizione

17 dicembre 1959, Parc des Princes, Paris
Francia - Spagna | Amichevole

2 marzo 1960, Estadio Santiago Bernabéu, Madrid
Real Madrid - OGC Nice | Coppa dei Campioni - Quarti di finale

18 maggio 1960, Hampden Park, Glasgow
Real Madrid - Eintracht Frankfurt | Coppa dei Campioni - Finale

2 maggio 1962, Olympisch Stadion, Amsterdam
Benfica - Real Madrid | Coppa dei Campioni - Finale

23 ottobre 1963, British Empire Exhibition Stadium, Wembley, London
England - Rest of the World | Football Association 100th Anniversary Match

Amazing goals & skills

Il primo fuoriclasse totale

"Da porta a porta Alfredo Di Stefano correva e ricorreva per il campo: con il pallone, cambiando fronte, cambiando ritmo, dal trotterellare pigro al ciclone inarrestabile: senza palla, smarcandosi negli spazi vuoti e cercando aria quando gli spazi si intasavano. Non stava mai fermo. Uomo dalla testa alta, scrutava tutto il campo e al galoppo lo attraversava aprendo brecce per lanciare l'assalto. Lui era al principio, durante e alla fine delle giocate da gol, e segnava reti di tutti i colori"
Eduardo Galeano


Documentari sulla vita di Alfredo Di Stéfano

In morte di Alfredo Stéfano Di Stéfano Laulhé

El agradecimiento que jamás se salda
Javier Marías, "El País", 7 luglio 2014

En el fútbol hay poco objetivo, por más que los goles, los puntos, los triunfos, las derrotas, las eliminaciones y los títulos den a entender lo contrario. Se equivocan quienes afirman que nadie se acuerda de los finalistas ni de los segundos. Los que vimos a la Holanda de 1974 la conservamos en la retina mucho más que a la Alemania que la venció en el último y crucial partido. Se nos desdibuja hasta Beckenbauer, mientras que Cruyff, Neeskens y Rep aún bailan en nuestra memoria. Así, a quienes alcanzamos a admirar a Di Stéfano (y más aún si éramos niños y adolescentes), es difícil convencernos de que haya habido mejor futbolista a lo largo de la historia. En cuantos han venido después, algo echamos siempre en falta, por comparación o por nostalgia. No es fácil saber qué exactamente. A Pelé nunca tuvimos mucha ocasión de contemplarlo, pero digamos que al lado de Don Alfredo nos parecía frívolo. El que más se le aproximó fue tal vez Cruyff, porque lo igualaba en inteligencia; probablemente no, sin embargo, en capacidad organizativa ni tampoco en amor propio (o fastidio ante la derrota, si se prefiere). Maradona fue sin duda más rápido y habilidoso, pero siempre dio la impresión de ser corto de luces, pendenciero y poco noble. Es seguro que Messi es más malabarista y más mortífero, pero le falta humanidad o acaso es entendimiento: se lo ve demasiado ajeno a todo, como un autómata portentoso algo desatendido del conjunto del juego y de sus compañeros.


Todo esto es muy subjetivo, ya digo. A los ídolos de la niñez es casi imposible desplazarlos, y en cierto sentido Di Stéfano compartía honores con el Capitán Trueno, y D'Artagnan, y Miguel Strogoff, y Sandokan. El físico no lo acompañaba: su prematura calva lo hacía parecer demasiado mayor a los ojos infantiles, no era sencilla la identificación inmediata. Eso quedaba paliado, compensado, por la generosidad y la nobleza que transmitía. Las masas lo adoraban, pero jamás tuvo aires de divo. Su genialidad era incuestionable, y él, no obstante, insistía en la importancia de los compañeros sin falsa modestia, consciente de que él solo no bastaba. De tanto en tanto se le veían malas pulgas (una bronca a un defensa del equipo; una advertencia a un contrario, con ojo airado o irónico); qué menos que un héroe capaz de imponer su autoridad o su saber, o de pararle los pies a un rival irrespetuoso o sucio. También uno esperaba de D'Artagnan y del Capitán Trueno que supieran defenderse y escarmentar al que se lo mereciera.


En alguna ocasión he escrito que a los futbolistas se los reconoce en seguida por los andares y por cómo corren, como a los actores de cine inolvidables. ¿Quién no es capaz de representarse al instante los pasos de John Wayne, Henry Fonda, Cary Grant, Gary Cooper o James Stewart? La estampa de Di Stéfano sobre la hierba pertenece a esa estirpe. Quien lo vio lo sigue viendo: lo ve avanzar con el balón o sin él, dar un taconazo o colarse por sorpresa entre los defensas contrarios; impartir órdenes a sus compañeros o parar el balón y retenerlo bajo el pie —imponiendo una inverosímil pausa— en un momento de desconcierto o desarbolamiento; lo ve regatear sin florituras o rematar de cabeza, o celebrar un gol con los dos brazos en alto y un saltito, su forma tan característica, el gesto breve y sin excesos. Yo lo veo, sobre todo, llegar solo con la pelota a la portería desguarnecida, tras superar a todos los adversarios. Detener un segundo el balón ante la línea de meta, el mínimo tiempo justo para que cien mil almas contuvieran el aliento y pudieran preguntarse: "Pero a qué espera?". El tiempo justo para que el gol inminente no fuera gol todavía. Y entonces, con la suela de la bota, hacer traspasar el balón suavemente esa línea, sin impulsarlo al fondo de la red, en modo alguno: sólo hacerlo cruzar la raya blanca y dejarlo allí depositado. Él ha cruzado ahora esa raya y está dentro de la meta, para siempre, con nuestra mayor gentileza y afecto, el imborrable recuerdo y el agradecimiento que jamás se salda.